DIOS VIENE A VISITAR A SU PUEBLO
La primera antífona de la celebración vespertina que abre el tiempo litúrgico del Adviento es una invitación para que anunciemos a todos los pueblos que “Dios viene”, en presente, no en pasado, ni futuro. Repetiremos con frecuencia el Salmo 79: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.
En realidad el Adviento es para muchos una excusa para el ruido y ajetreo, adornados de rutinas sentimentales. Otros muchos, en cambio, aún en medio del bullicio e incredulidad, buscan de mil formas y añoran les llegue el brillo de aquella luz que iluminó la noche de Belén, que transforma a la persona de corazón sencillo y creyente.
El Adviento es, para estos últimos, tiempo de esperanza, de un despertar que moviliza nuestro interior para acercarnos más al Dios que se hace Niño en la próxima Navidad y para pensar y acercarnos con alegría y generosidad, a nuestros familiares, amigos, y hermanos necesitados.
Es la liturgia de las semanas de Adviento, la que nos prepara para la gran Fiesta cristiana de la Navidad, dando voz a esa espera a través de la Palabra de Dios y sus signos.
Recordemos, entre esas señales del camino, algunos versículos del capítulo trece de la Carta a San Pablo a los Romanos. Escribe el Apóstol: “Ya es hora de despertaros de sueño… la noche está avanzada, el día está cerca: dejemos pues las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de orgías y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada riñas y envidias. Al contrario, revestíos del Señor Jesucristo y no deis pábulo a la carne siguiendo sus deseos”.
La noche, la orgía nocturna con todas sus manifestaciones, es para San Pablo la expresión de lo que significa el sueño, “estar dormido”, en el ser humano. Es la imagen del mundo pagano e increyente que se hunde en lo material y permanece en la tiembla, sin la luz de la verdad. En medio del ruido y la agitación prefiere la tiniebla.
Levantarse del sueño “despertar al día y a la luz” significan, por el contrario, abandonar el conformismo que nos envuelve y, con el coraje de la fe, mirar una nueva luz, con ojos de niños sorprendidos, al Dios hecho Niño que viene a visitarnos.
Adviento es anuncio de esperanza, de un despertar para recorrer nuevos caminos. Son días que nos hacen ver que hay promesas más grandes que los manjares, el poder, el tener, la diversión vacía. Es nueva luz que envuelve nuestro ser de creyentes, nos renueva, y hasta nos hace más luminosos, generosos y transparentes para los demás. Hasta nos fijamos en nuevos rostros que nos necesitan.
El próximo día 26, primer domingo del próximo adviento, será el inicio del camino que nos llevará hasta el Portal de Belén. Muchos lo hacemos muy cerca de la que es Madre de la Esperanza y de San José. Que ellos pongan en nuestros brazos y en nuestro corazón al Niño Dios.
Con mi saludo y bendición.
En realidad el Adviento es para muchos una excusa para el ruido y ajetreo, adornados de rutinas sentimentales. Otros muchos, en cambio, aún en medio del bullicio e incredulidad, buscan de mil formas y añoran les llegue el brillo de aquella luz que iluminó la noche de Belén, que transforma a la persona de corazón sencillo y creyente.
El Adviento es, para estos últimos, tiempo de esperanza, de un despertar que moviliza nuestro interior para acercarnos más al Dios que se hace Niño en la próxima Navidad y para pensar y acercarnos con alegría y generosidad, a nuestros familiares, amigos, y hermanos necesitados.
Es la liturgia de las semanas de Adviento, la que nos prepara para la gran Fiesta cristiana de la Navidad, dando voz a esa espera a través de la Palabra de Dios y sus signos.
Recordemos, entre esas señales del camino, algunos versículos del capítulo trece de la Carta a San Pablo a los Romanos. Escribe el Apóstol: “Ya es hora de despertaros de sueño… la noche está avanzada, el día está cerca: dejemos pues las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de orgías y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada riñas y envidias. Al contrario, revestíos del Señor Jesucristo y no deis pábulo a la carne siguiendo sus deseos”.
La noche, la orgía nocturna con todas sus manifestaciones, es para San Pablo la expresión de lo que significa el sueño, “estar dormido”, en el ser humano. Es la imagen del mundo pagano e increyente que se hunde en lo material y permanece en la tiembla, sin la luz de la verdad. En medio del ruido y la agitación prefiere la tiniebla.
Levantarse del sueño “despertar al día y a la luz” significan, por el contrario, abandonar el conformismo que nos envuelve y, con el coraje de la fe, mirar una nueva luz, con ojos de niños sorprendidos, al Dios hecho Niño que viene a visitarnos.
Adviento es anuncio de esperanza, de un despertar para recorrer nuevos caminos. Son días que nos hacen ver que hay promesas más grandes que los manjares, el poder, el tener, la diversión vacía. Es nueva luz que envuelve nuestro ser de creyentes, nos renueva, y hasta nos hace más luminosos, generosos y transparentes para los demás. Hasta nos fijamos en nuevos rostros que nos necesitan.
El próximo día 26, primer domingo del próximo adviento, será el inicio del camino que nos llevará hasta el Portal de Belén. Muchos lo hacemos muy cerca de la que es Madre de la Esperanza y de San José. Que ellos pongan en nuestros brazos y en nuestro corazón al Niño Dios.
Con mi saludo y bendición.
+ RAMÓN DEL HOYO LÓPEZ
OBISPO DE JAÉN
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